Olor a incienso, barroquismo de colores y formas ocupando cada angulo, rostros de divinidades con largas barbas con gestos mayestáticos, gente lanzando la dos “cabalas” para ponerse en contacto con alguna deidad que le aclare o facilite un futuro cercano, o haciendo una ofrenda… Perplejidad, asombro, como pez fuera del agua, es lo que siento cuando entro en unos de estos muchos templos que dan el sello de identidad a estas ciudades y a este pueblo. Bien diverso que cuando entras a un centro comercial donde no te sientes otro. Pero en los centros comerciales encuentras ropa para vestirte por fuera. Los templos son sin embargo el espejo del alma de la gente. Y es aquí donde siento que muy otro y muy lejos de entender todavía a estos pueblos.
Ayer escuchamos una charla de tres horas de un misionero irlandés antropólogo sobre religiones populares en Taiwán que por lo menos nos ha abierto un camino en esta complejísima selva desconocida y tan otra. Aquí no cabe la pregunta ¿Dios existe?. Más bien que deidad me va a curar la salud, con que rito puedo poner la fortuna de mi lado para que mi hijo haga bien el examen para entrar en la universidad, que antepasado (pues aquí los muertos están muy vivos) tengo que aplacar en su enfado para que las cosas no me vayan tan mal en el negocio. Para ellos lo importante no es la claridad y coherencia de creencias y cosmovisiones, ni la pertenencia a una religión formal, sino la practicidad, que el templo me resuelva mi problema. En lo que más se cree es la eficacia de los ritos, lo que se puede y no se puede decir para que la fortuna (y los que tiene poder sobre ella) se ponga de tu parte. Como por ejemplo durante las dos primeras semanas después del inicio del año nuevo lunar no se puede decir la palabra muerte, no se puede insultar a nadie o discutir, o reganar a una niño…
Pues asi poco a poco nos vamos adentrando en este otro tan otro, de puntillas, con todo respeto y sin juzgar a la ligera, con los ojos bien abiertos y con la boca abierta no para juzgar sino para preguntar…
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